viernes, 24 de abril de 2009

Tumbes bella

A pesar de ser un departamento pequeño, Tumbes ofrece muchos atractivos turísticos a aquellos que se animan a visitar este hermoso pedazo de nuestro país, allá en el norte.
Una amiga ecuatoriana, Marcela, siempre visita esta ciudad. A propósito de Semana Santa, ella me contó que estuvo por allí y que encontró más lindas las playas de la zona. Las playas tumbesinas tienen un atractivo singular, por ejemplo, en Puerto Pizarro se puede practicar esquí o hacer paseos en lancha, debido a que la playa no es muy profunda. Desde esta zona también se pueden realizar paseos guiados a lugares como el Santuario Nacional Los Manglares de Tumbes, la Isla del amor, Hueso Ballena e Isla de los Pájaros.
Mi amiga se siente como en casa cuando va a Tumbes, ella es guayaquileña, pero dice que su segunda patria es Perú. Muchos ecuatorianos visitan esta ciudad por la cercanía y por la belleza que ofrece este pequeño departamento.
Marcela me comentó que esta vez visitó un restaurante que alguna vez le recomendé, El Estadio, un lugar ubicado en la calle Francisco Ibáñez, en la cuadra tres, donde preparan unos deliciosos platillos marinos.
Una vez me contó que su primera experiencia con el rocoto fue atroz, tuvo la mala idea de sobarse uno de sus ojos luego de haber agarrado un rocoto y ¡diablos!, la hizo llorar hasta más no poder. Obviamente, los mozos fueron muy atentos y por todos los medios trataron de aliviarle el ardor que sentía, pero el momento que pasó fue bastante incómodo. Cualquiera pensaría que luego de esa experiencia esta guayaquileña odiaría todo lo que tenga que ver con lo picante, pero se equivocan, como toda mujer aguerrida que es le gusta el ceviche a más no poder.
Yo siempre la molesto y le digo que le gusta nuestro país y, especialmente Tumbes, porque allí sí come el verdadero ceviche, nada de qué ver con el que se prepara en su tierra. Ella se ríe y, por supuesto solo es una broma, porque creo que cada platillo tiene su encanto, pero la verdad nuestro ceviche no tiene nada que envidiarle a otras comidas de su tipo.
Lo bueno de Tumbes es que siempre está soleado, su clima semitropical lo hace el lugar perfecto, especialmente para nosotros los limeños, ahora que empieza a cambiar el clima y el fresco otoño o el frío invierno hacen que extrañemos el sol. ¡Vayan, no se arrepentirán!

Viaje a Pacasmayo

La semana pasada Bruno, un amigo colombiano, me dijo que quería conocer Pacasmayo, porque le habían comentado que era el mejor lugar para surfear por sus buenas olas. Le dije que sí, que no solo era una zona de lindas playas y grandes olas, sino también de gente agradable, comida riquísima y el lugar ideal para relajarse.
Obviamente, Bruno me dijo que se vendría al Perú para conocer Pacasmayo y yo aproveché la oportunidad para darme una vuelta por allá. Acordamos encontrarnos en Pacasmayo, yo llegué un día antes para buscar un hostal para hospedarnos y ver qué lugares podemos visitar.
Bruno llegó al día siguiente, nos abrazamos fuertemente luego de tres años de no vernos. Nosotros nos conocimos en Máncora, donde Bruno estaba practicando tabla. Esa vez dijo que volvería para conocer otras ciudades costeras de nuestro país, pero tuvieron que pasar tres años para que volviera.
La ciudad le gustó, especialmente la comida que saboreó durante los tres días que permanecimos en este bello pedazo del Perú, que parece aislado del mundanal ruido de las modernas urbes en las que vivimos.
Nuestra primera parada fue un pequeño restaurante en donde la misma dueña atiende a los comensales. Un desayuno con tamalitos y un rico café fue lo que nos hizo ganar energías para lo que vendría después. Caminamos por las tranquilas calles que nos condujeron al hostal donde ya había separado una habitación para él. El lugar era agradable y quedaba a unas cuadras de la playa. Ese día no surfeó, porque quería conocer primero los alrededores, pero a la mañana siguiente muy temprano ya estaba en pie y con su tabla en mano, para probar las aguas del mar pacasmayino.
Llegamos al malecón Grau, lugar obligado si quieres llegar a la playa en la que todavía no había bañistas. Su mar tranquilo es ideal para los que buscan el relax. Nosotros nos fuimos a la playa el Faro, el Point de los surfistas, que está a unos 8 minutos de allí en auto o mototaxi.
Precisamente por las olas grandes y muy formadas que se observan en esta playa viene la fama de Pacasmayo, como uno de los mejores lugares del mundo para los surfistas. Bruno se animó a probar las olas, aunque más de una lo revolcaron, pero terco siguió insistiendo hasta que logró montar una con gran destreza. Claro, yo no soy un experto, pero desde ya me parece una proeza mantenerse unos segundos sobre la cresta de una ola sin caerse.
Este viaje fue maravilloso, mi amigo estuvo encantado con la ciudad y prometió volver como todos los que llegan hasta aquí. No es para menos disfrutar de las tranquilas playas, la gente amable y rica comida de Pacasmayo es verdaderamente un privilegio.

En busca del chinguirito

No cualquiera prepara bien el chinguirito, este platillo de mi Chiclayo querido que se hace con carne seca deshilachada del pescado guitarra, limón, sal, pimienta y cebollita. Su yuquita sancochada que se deshace con mirarla, el camotito o la canchita. Eso se me vino a la mente cuando mi amigo José me invitó a comer chinguirito a un restaurante en San Borja.
Él conocía un lugar donde preparan buena comida norteña, pero definitivamente el sabor no se compara con la sazón de la mujer de mi tierra. José me porfiaba que era el mejor chinguirito que había comido, entonces, le dije yo te voy a llevar a un lugar donde vas a comer la verdadera comida chiclayana.
Mi amigo estaba acostumbrado a mis fugas repentinas a provincia, por eso cuando le dije es viernes, nos vamos a Chiclayo, no hizo más que sonreír y decirme a ver si es cierto lo que dices. Salimos esa misma noche y recorrimos más de 700 kilómetros hasta Chiclayo.
El viaje ni lo sentimos, debo decir que fue acertada la decisión de irnos en Oltursa. La ciudad como siempre estaba calurosa, con un cielo limpio y claro. Tomamos un taxi que nos llevó al centro de la ciudad y como es costumbre nos fuimos al mercado en busca de nuestro concentrado de pescado, el famoso “Noche de Bodas”, que dicen tiene propiedades afrodisiacas.
José me decía, “ya pues a dónde comeremos ese chinguirito del que tanto hablas”. Yo le decía espera, no comas ansias que te vas a llenar. Recorrimos los alrededores y luego nos fuimos al puerto de Pimentel, que lucía igual con sus caballitos de totora y sus botes artesanales en las orillas.
Al medio día sin darle más largas regresamos a Chiclayo y fuimos al restaurante Casa Blanca, en la avenida Grau. El dueño Ricardo Giles, que estaba sentado en una de las mesas, nos dio la bienvenida. Nos invitó canchita norteña y chicha de jora para ir entonándonos.
Media hora después, los platos de chinguirito llegaban a nuestra mesa. El aroma prometía y el sabor ni que hablar. La verdad se me hacía agua la boca por probarlo. José saboreó el pescado y se quedó encantado. “Oye hermano, tenías razón es la mejor sazón que he probado”, me dijo.
Chelitas van, chelitas vienen, nos quedamos hasta el atardecer disfrutando de este reencuentro con el verdadero sabor, el de mi tierra.
Pasamos el fin de semana en Pimentel y regresamos el domingo en la noche tan cómodos como llegamos. La verdad, valió la pena este corto viaje.

Trujillo, eternamente bella

He viajado innumerables veces a Trujillo, esa ciudad que con toda razón le dicen de la eterna primavera porque su clima es cálido todo el año. La última vez que estuve allí apenas pude ir a Huanchaco, pues estaba de paso luego de hacer un reportaje en Santiago de Chuco, en la sierra liberteña.
Esta vez decidí ir solo, por el placer de pasear, vacacionar y disfrutar sin la preocupación de tener que trabajar. Como siempre estas decisiones las tomo de improviso, sin mayores preparativos que mi mochila cargada de un par de mudas de ropa.
Salí por la mañana de Lima y llegué a Trujillo ya entrada la noche. El bus me dejó en el terminal terrestre de la Av. del Ejército, de allí un taxi amarillo me llevó en diez minutos a la Plaza de Armas, que a esa hora lucía llena de gente. Desde allí se puede apreciar la Catedral y las armoniosas casonas virreinales y republicanas que la rodean.
La Plaza luce hermosa por la noche, la frescura de la brisa causa una agradable sensación que me remonta a aquellos años en que venía con mis amigos de la universidad y visitábamos además de la playa, los lugares históricos cargados de cultura.
Cuando llego a Trujillo siempre me alojo en el hostal Colonial, ubicado en la Av. Independencia, a unas cuadras de la Plaza de Armas. Allí, el recibimiento es muy agradable, la calidez de la gente se siente desde que uno cruza la puerta por eso siempre regreso.
Huanchaco fue mi siguiente destino. Ubicado a 11 kilómetros del centro de la ciudad, este balneario trujillano posee una belleza singular. Sus caballitos de totora son su atractivo principal, aunque claro nunca me he animado a subirme a uno, pues no tengo la destreza y el valor de los antiguos habitantes de la zona, los mochicas, que navegaban sobre ellos. Tampoco de los pescadores de ahora, que los utilizan como embarcaciones para sus faenas de pesca mañanera.
Los pescadores dicen que navegar sobre ellos es fácil. En la actualidad, por cinco soles puedes subirte a un caballito de totora y pasearte hasta el final del muelle con la guía de un pescador. El servicio es muy requerido por los turistas que se sienten como un poblador más sobre el mar.
Trujillo y sus alrededores tienen mucho que mostrar y un solo viaje es insuficiente para conocerla, por eso siempre vuelvo y quedo maravillado con ella. Si vas al norte, este es un buen destino para visitar.


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Periodista de profesión y viajero por vocación. Me dediqué al periodismo, pero cansado de cubrir noticias negativas decidí darle un giro a mi carrera. Aquí en este blog encontrarás historias de mis viajes, experiencias y anécdotas, que espero disfrutes y, sobretodo, te inviten a tomar tus maletas para conocer nuevos destinos.

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